número 15 | septiembre 2017
Críticas
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Millones de segundos

Ana Seoane (UNA/UBA)

 

Una creación de El Principito producciones.

Inspirada en hechos reales.

Dramaturgia, dirección y diseño escenográfico: Diego Casado Rubio.

Elenco: Raquel Ameri, María Rosa Frega y Víctor Labra.

Iluminación: Verónica Alcoba.

Vestuario: Vessna Bebek.

Asistente de dirección y productor general: Juan Borraspardo.

Teatro El Extranjero.

 

El autor y director Diego Casado Rubio, español residente en Buenos Aires desde el 2005, fue armando su propia teatralidad y se podría subrayar que con Es inevitable (2009) se evidencia la notable presencia femenina en cada propuesta. Sus ficciones siempre tienen a las mujeres como protagonistas y también es frecuente que estas historias hayan nacido de hechos reales, que él traslada al escenario de manera personal y no literal. Después llegaron Se alquila, con una condición (2012) y La Mujer Cama (2015), ahora estrenó Millones de segundos con una frase como consigna: "No se padecen las diferencias, se padece la incomprensión". La información que se entrega a la prensa es muy concisa y rotunda, se verá a Alan “un adolescente transexual con síndrome de Asperger”. Pero el espectáculo no es sólo una historia de vida es también un ejemplo escénico de cómo escapar al realismo y no morir en el intento.

“Cuando tenía cinco años –explica el programa- Alan supo que era de otro planeta y empezó a contar los segundos que le quedaban para dejar de vivir en un cuerpo equivocado. Hoy tiene 554 millones de segundos y aún conserva la esperanza de empezar su transformación y poder seguir usando el baño de varones.” Efectivamente parte de lo que se cuenta sucedió, existió una chica que se sintió chico y que pidió, reclamó, ser operado pero con su diagnóstico psiquiátrico (Síndrome de Asperger) se le negó esa posibilidad. Casado Rubio transforma esta anécdota y la encarna en sólo tres personajes: Alan, su perro y su madre. La puesta es casi minimalista, sólo cubos blancos que en ciertos momentos son iluminados que le sirven para marcar y delimitar los espacios. Pero lo fundamental son las actuaciones, más precisamente la exposición de estos cuerpos teatrales sobre el escenario. Desde el inicio de la acción el espectador se enfrenta a un cuerpo desnudo, extraño, casi ambiguo, como distorsionado. Y desde ese mismo segundo se sabe que el tema será la corporeidad. La no aceptación de lo femenino, la búsqueda de lo masculino. Es casi un viaje el que emprende el protagonista o la protagonista, ese camino anti heroico que lo lleva a ser más entendido por su perro que por su propia madre. Está la violencia permanentemente, la de los otros, con sus miradas inquisidoras y dañinas que no aceptan al diferente.

Pero este espectáculo además de la imaginación y el talento de un dramaturgo/director para llevar al escenario este conflicto, contó con un trabajo actoral excelente. Ella, Raquel Ameri, estuvo muchas veces en distintos espectáculos, en numerosos casos conformando los elencos de Mariela Asensio, pero aquí cuesta reconocerla. Ella trabaja de manera precisa la ambigüedad, no sólo la sexual sino también es complejo definir su edad, parece una adolescente y no solo parece, convence. El despliegue de su energía, su concentración para jamás perder al personaje transforman su labor en una lección de teatro. Aquí hay una caracterización, una actriz de trayectoria que se corre y emprende el desafío de no ser reconocida, verdaderamente ser otra. Voz, cuerpo, con una entrega total al servicio de esta ficción teatral que conlleva a cuestionar a una sociedad, la nuestra, donde las injusticias son moneda corriente. No está sola en el escenario, tanto María Rosa Frega, en la piel de la madre consigue los matices necesario como para que la historia fluya como Víctor Labra compone a un perro sin caer en maniqueísmos. Los tres son ayudados notablemente por el vestuario que imaginó Vessna Bebek. El acierto en estos personajes estuvo ayudado por este lenguaje, a veces con la sola imagen el público podía cerrar las características de cada uno de ellos. La iluminación también suma aciertos a este espectáculo, ya que guía y subraya lo que la mirada del público debe seguir y estuvo a cargo de  Verónica Alcoba.

Nuevamente Diego Casado Rubio propone una mirada distinta sobre un hecho real. Huye de las fórmulas ya conocidas y más cercanas en los escenarios porteños emprendiendo la ruta de lo distinto, quizás hasta lo políticamente molesto. Incorpora alguna tecnología pero nunca cae en la frivolidad, sino que la utiliza teatralmente, como un recurso necesario. Expone cuerpos, pero no se queda con ellos va lentamente desnudando sus almas, sus repliegues, sus conflictos y de esta manera los viste de un arte que consigue la difícil dualidad de conmover, sin que se pierda la reflexión en ningún momento.