número 15 | septiembre 2017
Críticas
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El imitador de Demmóstenes

Ana Seoane (UNA/UBA)

 

Textos: Vacío y Presencia de José Sanchís Sinisterra y fragmentos del libro Rapsodia para el teatro de Alain Badiou.

Elenco: Diego Starosa.

Concepto y puesta en escena: Gonzalo Córdova, Diego Starosta y Diego Vainer.

Operación técnica: Felipe Mancilla

Asistencia y producción ejecutiva: Daniela Mena Salgado.

Producción general: Compañía El Muererío Teatro/ 2017

Teatro ElKafka.

 

Decir el nombre de Diego Starosta es asociarlo inmediatamente con el grupo que él fundó en 1996. Ellos mismos se definen:

“La compañía El Muererío Teatro se ha concentrado desde sus inicios en la creación de espectáculos que proponen una “poética del cruce”, donde materiales aparentemente diversos en su origen confluyen para construir un discurso teatral homogéneo en cuanto a su forma y su contenido. La relación de fluidez y tensión que caracteriza el diálogo entre los distintos planos dramatúrgicos de un espectáculo y una impronta de gran dinamismo corporal y vocal son las características fundamentales de todas las obras que ha desarrollado hasta el momento”.

 

La extensa lista de espectáculos hacen que se pueda subrayar algunos como: Manipulaciones III: El banquete; Manipulaciones II: Tu cuna fue un conventillo; Bacantes; Prometeo. Hasta El Cuello o Informe para una academia.

Esta nueva propuesta aparece definida como “una conferencia teatral”, con ciertas particularidades. La creación contó con tres artistas en distintas áreas, se sumaron el músico Diego Vainer, el escenógrafo e iluminador Gonzalo Córdova más Starosta como actor y director. Tomaron como estructura básica el texto del dramaturgo español José Sanchís Sinisterra, a la que le agregaron textos del filósofo Alain Badiou.

Resulta un desafío actoral. La única presencia es la de Starosta, quien debe competir con algunas imágenes que se van proyectando en paralelo a su trabajo. Su despliegue escénico se acerca al entrenamiento de un gimnasta, más precisamente un boxeador. Aunque el esfuerzo físico es grande nunca se pierde el texto, ya que su vocalización y atención en el decir son perfectas. Se podría jugar con el título y subrayar que así como Demóstenes fue el gran orador del mundo griego, por su perfección en el decir, Starosta hace lo suyo con las palabras en esta Buenos Aires actual.

Pero no sólo están las disquisiciones sobre el teatro, hay permanentemente un vuelo sobre la política. Desde la Grecia clásica, más precisamente Atenas hasta nuestros días más aciagos, el teatro y sus artistas siempre tuvieron algo que decir. Esta propuesta corre los límites, fractura la historia, en realidad la multiplica presentando varios discursos, aunque casi todos fragmentados. El espacio lo va construyendo y deconstruyendo él mismo cuando arma y desarma planos y cajas. Podría definirse este espectáculo como performático, su estética escénica se aleja del teatro de representación y se convierte en el de presentación. Hace añicos todas las consignas aristotélicas e incluso pone en jaque las épicas de Brecht.

Esta trilogía de creadores, cada uno con su propia especificidad consigue que con sus respectivos lenguajes escénicos se construya una ficcionalidad democrática, como diría Emilio García Wehbi. El es quien lleva a cabo una lucha constante para que el texto dramático ocupe el mismo nivel que las actuaciones, la música o los otros signos no lingüísticos. ¿Hay un principio, medio y fin? La respuesta podría ser ambigua y sumar tanto un sí como un no. El espectáculo se inicia de una manera y finaliza de otra, hay casi un cierre, pero éste no se sustenta a través de la palabra si no que está manifestado a través de la acción física que emprende el único protagonista carnal que hay. Ya que las imágenes juegan todo el tiempo de antagonistas aunque su corporeidad sea sólo a través de la imagen, así pasan desde importantes políticos, militares olvidables hasta gente de teatro.

Desde hace algunas décadas la presencia de televisores o pantallas ya no asombra ni sorprende ni en nuestro país, ni en el exterior, pero aquí su utilización encamina hacia otra posibilidad. El espectador se verá enfrentado a elegir entre uno y otro, hay un juego, casi un desafío entre lo grabado y lo presencial.

No es frecuente encontrar una propuesta escénica que permita discusión no sólo en el plano ideológico sino también en el creativo. El imitador de Demóstenes pone en riesgo muchas premisas escénicas, abre un desafío al espectador, lo invita a reflexionar y en cierta medida a tomar partido sobre lo que se expone. No podrá ser indiferente, se le exigirá una actividad intelectual extra. El nivel interpretativo de Diego Starosta dejará sin aliento, su recorrido escénico expone un cuerpo y una voz entregados al escenario. Un orador porteño sin quiebres, sin dudas, con un discurso pensante.