número 19 | diciembre 2019
Críticas
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Mis días sin Victoria, un epitafio al corazón

Laura Sbdar (UNA/UBA)

 

Actúan: Pablo Damián Daolio, Micaela Ghioldi

Intérpretes: Rodrigo Arena, Gabriela De León Speranza, Solen Jordan, Jazmín Levitán, Maria Florencia Tangel

Diseño de luces: Eduardo Maggiolo

Colaboración en iluminación: Rocío Covarrubias Grabivker

Asistencia técnica: Rocío Covarrubias Grabivker, Solentina López

Producción: Catalina Lescano, Mika Project

Asistencia creativa y colaboración artística: Fiorella Álvarez

Supervision Artística: Marina Quesada

Colaboracion en puesta en escena: Marina Otero

Autoría y dirección: Rodrigo Arena

 

Un diario íntimo vuelto público.

Entre las butacas vacías, las gradas erguidas y los apoyabrazos despejados, las hojas etéreas del diario personal de Rodrigo Arena se abren. La privacidad se expande por el espacio tradicionalmente dedicado al público, y las palabras íntimas se arrojan carcomidas por el fantasma de aquelles que espejades, espectan desde el escenario. 

Mientras la actuación se escabulle entre las irrupciones de lo real y la ficción se pone en duda, Rodrigo Arena (re)dirige en escena. La bailarina, por momentos Micaela, por momentos Victoria, acata las órdenes y responde a las demandas que el director arroja desde su butaca.  De este modo, con los roles bien delimitados, los trazos de la puesta se dibujan en vivo mientras el discurso auto reflexivo cuestiona el propio quehacer.   

La mirada se da vuelta  como ese corazón que baila en la escena igual que sobre una mesa de disección. Ese corazón que  invita, entre narraciones sosegadas, gritos pelados, movimientos estilizados, respiraciones cortadas, cuerpos impactados y miradas traslucidas,  a comulgar en un laberinto de la sensibilización. Ese corazón que tiene a la frustración como comandante de la máquina y al sinceramiento como vapor.

Mis días sin Victoria es la persistencia de un tiempo medido en las jornadas sin triunfos. Si como indica Badiou,  el amor es una nueva forma de duración para la vida, en el diario de Arena, el desamor se reivindica como la forma del tiempo para la muerte. La destrucción de las obras, la búsqueda por inmolarse (“Quise entrar al ejercito. Encontré el ballet el sometimiento a la disciplina, la humillación, la inmolación y la tortura que mi cuerpo necesitaba”), los intentos de suicidio, manifiestan la vitalidad de los cuerpos que se aferran a la escena y a la muerte como única certeza.

La sensibilidad, afirma Agamben, es la esfinge con la cual cada época histórica siempre debe volver a medirse. En este sentido, la falta de victoria se revela en la obra de Arena como aquel demonio de destrucción y mala suerte que acalambra nuestros días. La danza habla sobre sus dos piernas rodeadas por un tutú que se desnuda en la repetición auto referencial del yo. El cruce interdisciplinario, resplandece como un modo de sobrevivir al campo de batalla donde los ejércitos del amor, la danza y la muerte intercambian cascos. Y el desamor logra echar una brazada de luz sobre el rostro oscuro de nuestra contemporaneidad.